El peso del grupo.



Cuando juzgamos diferenciamos. Cuando diferenciamos creamos grupos. Cuando creamos grupos dictamos normas con las que construimos límites, bordes y fronteras entre nosotros y todo lo que nos rodea. Consecuencia: Nos reducimos.
Por desgracia esta es la orientación de los pasos de eso que llamamos "educación".
Al Ser que viene cargado de inmensidad y eternidad, a aquel que ha sabido construirse durante sus nueve meses de gestación por influencia directa del Gran Programa, a aquel que es un consagrado experto en eso de "dejarse llevar en la rueda cósmica", nada más abandonar el cuerpo de su madre, se le empieza a enseñar a diferenciar, a sentirse diferente, a ser diferente de todo lo que le rodea. Se le sitúa así en el tiempo y en el espacio inventado por el raciocinio humano y allí se fija como si fuera una mariposa de coleccionista clavada con un alfiler.
Nada más nacer se le comienza a "dar de alta", se le "registra" en grupos y más grupos. Poco más tarde, cuando se comprueba que puede asimilar las normas de los grupos, se le comienza a instruir, a "educar".
Con el tiempo, esta "educación" en la diferenciación, este amplísimo catálogo de normas de grupos va aumentando sin cesar y pesando tanto que consiguen ocultar su verdadera esencia.

Cuando el ser humano tiene su brújula escondida tras tantas influencias de grupos, sus alas son tan reducidas que no le permiten levantar el vuelo. Su visión se recorta hasta quedar limitada al pequeño retículo del pequeño canuto que sus influencias grupales le permiten.
Es muy triste observar cómo todo un universo cósmico como es la persona llega a perder así toda su grandeza asumiendo una personalidad plana, manejada y vacía. Es muy triste ver cómo universos cargados de plenitud quedan reducidos a minúsculos granos de arena, todos igualados por el error racional.
Las influencias de grupos llegan a ser tan grandes que los individuos no sólo no obedecen a las llamadas del Gran Programa sino que, incluso, llegan a atentar contra él renunciando a su plenitud. Son capaces de enclaustrarse en pequeños recintos de simplezas con vidas estériles, recortadas, de cuenta atrás, persiguiendo ideales grupales muy lejanos de su propia naturaleza. Son capaces incluso de matar, de eliminar, de destruir a todo aquello que sus dirigentes grupales le ordenen. Es horrible. Da terror y tristeza, mucha tristeza, observar hasta dónde podemos llegar cuando perdemos nuestra brújula interna.