Al principio te costará; no es sencillo. Te buscarás un sitio tranquilo, te sentarás cómodamente, te dispondrás a bajarte pero no podrás hacerlo; algo habrá dentro de ti que te impida hacerlo: el mono saltarín, la loca de la casa, el ego, tu ser mental… nombra como quieras a “eso” que impide serenarte.
Querrás pero no podrás. Y nunca podrás hacerlo si a “eso” no lo domesticas, lo tranquilizas y lo manejas.
Para poder hacer esto primero tendrás que “pensar en gordo” para situarte en tus justas coordenadas y trivializar así muchos de los problemas, complejos y preocupaciones que en realidad no lo son tanto.
A partir de aquí deberás acostumbrarte a reconocer tu ego; mirarlo cara a cara y descubrirlo. Él se sentirá incómodo y hasta furioso. Es natural; hasta ese momento se ha ido alimentado de los deseos, de los temores, de los miedos, de las ilusiones, de las fantasías y nunca nadie le había dicho nada en contra; por eso se ha hecho más o menos obeso y, sobre todo, dominante. Ahora, sin embargo, tú te sientas delante de él y le miras con desafío con la intención de poner las cosas en su sitio. Esto no le gusta; no le gusta nada en absoluto.
Él es quien te ha hecho creer que tu mundo acaba en ti, que eres esto o aquello; él te ha llenado de vanidad o de complejos; te ha enseñado a mentir, a justificarte cuando has realizado acciones incorrectas, a mirar para otro lado, a esconder la cabeza debajo de los brazos, a ver como normal cosas y situaciones que no son normales, y un largo etcétera de falsedades que ahogaron aquella inocencia y pureza que tenías cuando eras niño; y tú ahora le estás observando, con detenimiento, viendo su juego.
Fíjate en sus tramas; observa los pensamientos que te trae a la cabeza, las preocupaciones, las disquisiciones, las burlas de lo que estás haciendo… observa su juego, sin entrar en él; sin arrastrarte por él, sin que te perturbe.
Recuerda que al principio te costará, pero no abandones. Recuerda siempre que observarle sin dejarte dominar por él es lo más eficaz que puedes hacer para rebajar su dominio y empezar a situarlo en su sitio.
Haz una primera conquista muy dolorosa para tu ego: acostúmbrate a pedir perdón, a reconocer tus errores en la relación con otras personas. Si piensas en gordo con frecuencia, no te costará hacerlo porque pedirás perdón o disculpas -¡incluso aunque la razón esté de tu parte!- porque pronto deducirás de tus pensamientos que no hay diferencia alguna entre tú y los demás: quien miente se miente, quien juzga se juzga, quien critica se critica, quien hace mal a otro se hace mal a sí mismo.
Él, por supuesto, te dirá que eres tonto y muchos más insultos pero tú no le hagas caso.
Obsérvalo en silencio y, si es necesario, ríete de él y de sus burdas estrategias. Sigue así con tu intención de desinflarlo a cambio de ganar en humildad y seguridad.
Si continúa siendo excesivamente activo para no dejarte tranquilo haz otro paso de rosca: déjate vencer, admitir la derrota en cualquier asunto por parte de otra persona. Fortalécete para ello con tus “pensadas en gordo” y verás que no te costará trabajo concebir la derrota en cualquier asunto como una gran victoria sobre tu vanidad.
De nuevo tu ego saltará y pondrá en marcha todas sus argucias. Pero tú obsérvalo. Estos cambios de actitud ante la vida son para tu ego como cubos de agua sobre un fuego que estaba demasiado activo.
Controlado el ego ya podrás realizar tu bajada del autobús. Estarás tranquilo y dispuesto a vaciarte para llenarte de plenitud.
En un principio te podrás acostumbrar a mirar cómo desciendes o te elevas poco a poco, con cada exhalación en tu respirar, por una escalera que te conduce hacia tu plenitud. Mas tarde, ni siquiera eso: bastará con sentarte en cualquier parte para ensimismarte en tu meditación y verte de inmediato al desnudo por dentro.
Hasta aquí llegan las palabras… sólo queda la experiencia.
Sólo puedo decirte más que con cada bajada del autobús podrás comprobar cómo empiezas a volver de nuevo a ser aquel niño que fuiste con la mirada pura y sencilla. Verás la vida sin las gafas de visión restringida que nuestra cultura te ha puesto sobre la nariz. Verás cada vez con más claridad tu brújula y con ella el Norte de cada una de tus decisiones para conducirte hacia tu plenitud.
Tendrás un criterio propio sólido.
Descubrirás todo un nuevo mundo de sensaciones que no son nuevas, no; estaban ahí pero no eras capaz de percibirlas. Te limpiarás de miedos, deseos, anhelos, temores, fantasías y sólo rendirás culto a la única realidad: el presente.
Verás con tristeza el “manejo de los egos” sobre las personas que flotan en un mundo picudo de grandes alturas y depresiones en un continuo devenir de contracciones y dilataciones del ánimo; y esta tristeza, esta compasión, será la que te impulse a tratar de ayudarles a descubrir su propia brújula interna, sin pedir nada a cambio, sin otra convicción de que cuanto más en orden estén las personas más en orden estará la humanidad.
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