Relación con el entorno


¿Has observado cómo miran los buenos pintores o los buenos fotógrafos? Ellos saben mirar. Obsérvalos para aprender. Ellos, cuando miran cualquier escenario o detalle, prestan toda su atención y vacían su intelecto para dejarse impresionar por lo que miran. No enjuician, ni comparan. Se concentran totalmente y se dejan impresionar por los contrastes, los tonos, las sombras... y por algo más. De esta forma se hacen conscientes de que dos universos se están relacionando para mojarse uno de otro. Se anclan a la imagen como si pasaran a formar parte, por mágica inmersión, de ella. El observador y lo observado se funden. Después, si en realidad son buenos pintores o fotógrafos, si han sabido volcarse en lo que miran, si han sabido mirar, son capaces de transmitir en su creación su mágica relación espiritual que, a su vez, sólo los que saben mirar podrán detectarla.
Hablo de “magia”, no encuentro otra palabra, para indicar eso de “algo más” que unos son capaces de emitir y otros de captar.

En todo lo que podemos mirar siempre hay “algo más” que sólo se descubre si se sabe relacionarse con ella. No es algo que se pueda forzar por la voluntad o la racionalidad; ese algo sólo se puede experimentar por el desarrollo de la espiritualidad. Tú sólo puedes ponerte en disposición de, en receptividad, a la espera. Si ocurre, bien, si no, otra vez será. Al principio puede que te cueste un poco vaciarte, concentrarte, pero es una gimnasia que deberás realizar progresivamente para que la correa de la espiritualidad te ate a lo que miras.
Cuando mires un paisaje o una flor, o una hoja, o un insecto, o la simple imagen de la tostada con mantequilla, o del bolígrafo sobre el papel, o de los zapatos en el suelo, o de las llaves del coche sobre la mesa... tómate tu tiempo. Olvídate de todo lo demás para trasladarte al aquí y ahora; pronto empezarás a descubrir aristas desconocidas a las que antes no prestabas atención. Reflejos, tonalidades, sombras, degradados, colores especiales... y magia. Magia que te enganchará por un tiempo que nunca debe estar cronometrado, sino libre.
Cuando miras estás mirando, sólo eso, nada más y nada menos.

Imagínate, además, que aprendes a mirar y accedes al mundo microscópico o al macroscópico. Existen imágenes de tal belleza, de tal orden, de tal geometría mágica, de tal perfección, que te sorprenderán y despertarán en ti un pensamiento profundo al percibir el escenario en el que te encuentras. Dirás entonces: “Hay algo”. Cuando ya te acostumbres a despertar esta inquietud íntima sentirás que ya no miras lo que mirabas al principio sino “al algo” que te moja y con el que te fundes; habrás aprendido a descubrir la nueva dimensión de tu presencia en todo lo que miras. Entonces sabrás mirar.
A partir de ahí, cuando te pasen las cosas desapercibidas, sin prestarles atención, sentirás la sensación de que estás perdiendo el tiempo. Ya no podrás seguir viviendo en la pobreza de mirar la vida a través de un canuto, como por desgracia miramos la mayoría de las personas; ni tampoco te contentarás con la frialdad de lo virtual, de lo artificial, sabiendo que lo real, lo natural, lo de ahí fuera, está repleto de sensaciones puras que eres capaz de percibir.
Cuando sepas mirar serás un poco menos pobre.
Si vas en el metro, o en el autobús, o en el coche, o andando centra también tu atención a los sonidos. Es maravilloso. Podrás apreciar que los sonidos están estratificados en múltiples capas: unos aquí cerca, otros más allá, y más allá, y más allá... Haz la prueba de centrar tu atención en la capa más lejana. Te llevarás sorpresas. Por allí se escucha una radio, o el graznido de una gaviota, o el maullar de un gato que te observa desde una ventana allí a lo lejos. Hay mucha riqueza, muchas pinceladas de sonidos que despreciamos de forma cotidiana. Normalmente nos centramos en la primera capa y ponemos el filtro a todos los demás despreciando el mejor equipo musical de alta fidelidad que cualquier empresa multinacional japonesa, coreana o americana pueda jamás diseñar.
Otro día haz la prueba de centrarte en todos los sonidos que puedas percibir en una sentada junto a la ventana. Cierra los ojos y trata de situarlos en las capas y la orientación adecuada. Palpa la ciudad que te rodea, siente su respiración sonora, sus latidos. Están ahí, de verdad, y sin embargo no les prestamos atención.
Cuando sepas oir serás un poco menos pobre.
Haz la prueba de comer de forma totalmente consciente; cuando tengas ganas de hacerlo, disponte a relacionarte con el entorno a través del sentido del gusto. No se trata de engullir, se trata de relacionarse. Siempre será mejor relacionarse con la naturaleza de forma directa antes que con una máquina o un laboratorio; por eso, prefiere tomar alimentos naturales puros en vez de artificiales que “sepan a máquina” o transgénicos que "sepan a ciencia". Si puedes, toma los alimentos lo menos elaborados o mezclados posible para evitar que las sensaciones naturales de relación con el entorno se mezclen o se oculten entre ellas. Si tomas pan natural, por ejemplo, podrás sentir lo que te quiera decir la tierra o el trigo que fue molido para hacer la harina. Sentir esto te trasladará a algún mágico continente común a ti, a la tierra y al trigo.
Si, por ejemplo, tomas agua de forma plenamente consciente podrás sentir en tu interior la "memoria del agua". Podrá recordar que el agua que ahora te dispones a beber no cesa de dar vueltas por nuestro planeta a lo largo de la historia del tiempo y en aquel preciso instante está tocándote.
Cuántas veces esta poco de agua que ahora contiene tu vaso habrá sido parte y todo del océano, o se habrá rozado con la tierra en sus recorridos fluviales, cargándose de energía extraída de los minerales, o habrá viajado por el espacio a lomos de una nube coloreándose también de la energía que haya dejado en ella el aire, con quien se mantiene en permanente fricción. Otras veces, se habrá infiltrado en la tierra y en esta y aquella raíz habrá encontrado su camino vital para transportar y aportar los nutrientes imprescindibles para mejorar la vida de quien le acoge. En cualquiera de sus formas, es siempre el mismo agua, cuyo caminar plagado de intercambios de energía es incansable y permanente. Mirar aquel vaso de agua tal vez te induzca a pensar que siempre responde a una llamada misteriosa que le dice que vaya aquí o allá, que se transforme en esto o lo otro, que desgaste aquello, que construya o alimente con su sales esto otro. O que calme la sed de un ser humano... Siempre tomando y soltando energía.
Cuando el ser humano toma el agua con plena consciencia, el acto de beber es un acto cargado de magia. Con el agua entra en nosotros la rueda de la creación y nos engarza como si fuéramos una perla más de un collar interminable. Entra en nosotros un cordón transparente cargado de energía cósmica que debemos saber sentir. Por eso, un consejo: para calmar la sed con plena satisfacción, con satisfacción mística, toma agua. El agua no tratada, natural, el agua libre de cualquier revestimiento artificial. El agua bebida con calma, mirando a través de su cristalina forma y saboreando toda su memoria en el paladar y en el alma nos transportará a otra realidad muy diferente; nos alarga la sombra de la existencia y nos enraíza en lo más profundo de la verdadera naturaleza del cosmos.
Todas estas experiencias de percibir con tus sentidos el aquí y ahora en tu relación con el entorno significan vivir en plenitud. Disfruta así del " mágico encuentro" entre el elemento que necesita y el que satisface; entre el que da y el que toma.
Tal vez todo consista en hacerse consciente de un sencillo equilibrio entre energías que El Gran Programa desea que fluya...

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