Desde allí arriba


Desde allí arriba sólo se divisaban colores. Más marrón, menos marrón, verde, más verde, amarillo, azul... Desde allí no se distinguían ni las carreteras, ni los puentes, y mucho menos, por tanto, los camiones y las motocicletas. Estaban por allí, sin duda, pero no se veían. Sólo colores; colores y más colores mezclados sobre un terreno costero que bien parecía un trapo viejo tirado de cualquier manera junto al azul inmenso del mar.
Un pasajero de al lado, que también tenía su frente apoyada en la ventanilla, dijo algo en voz alta para demostrar que era un conocedor del trayecto: "Eso de ahí abajo es Valencia".
Miré con atención a lo que creí que se refería y descubrí una pincelada gris oscura que parecía una ameba dormida junto al mar. Aquello era Valencia: Una mancha de humanidad.
De forma que allí había gente; es decir, personas. Personas que sufrían y se divertían, que reían y lloraban, que amaban y odiaban, que buscaban y perdían... Personas que vivían. No se veían tampoco pero allí estaban como están las bacterias o los hongos en una mancha de la superficie de nuestro queso olvidado en el frigorífico. Sonreí: “Somos como las bacterias...” –me dije.
Seguí pensando.
Si pudiera olerla, aquella mancha humana olería a dolor y dicha, como huele a flores y estiércol en los jardines. Me subí a lomos del caballo alado de la fantasía y me dejé llevar: Tal vez habría por allí una bacteria que sufría enormemente tras recibir la comunicación de que estaba embarazada, justo ahora que había dejado a su pareja por haberle sido infiel. Otra bacteria tal vez estaba enormemente feliz por haber conseguido un préstamo hipotecario para la compra de una vivienda que tendría que pagar en cómodos plazos durante treinta años. Otra, estaría muy contenta por su ascenso de categoría que, aunque suponía más trabajo y responsabilidad, más tiempo de empeño, le reportaría un incremento sustancioso en sus ingresos mensuales. Otra se sentiría guapa y miraría su figura con admiración en todos los cristales que pudieran reflejar su figura. Otra estaría enfadada por la contestación descortés que había recibido de una bacteria-camarero en la cafetería de la esquina. Otra estaría buscando la oportunidad de ganarse la atención de una bacteria-deseada, que le parecía muy atractiva y muy especial entre todas las demás. Otra estaría sufriendo allí en un banco del parque digiriendo la mala noticia que le explicaba lo que suponía aquel extraño dolor en el pecho que sentía desde hacía algún tiempo...
"Sin embargo, todo –pensé-, cada parte, forma parte de otro algo, que forma parte de otro y otro".
Continué mi caminar racional sin apartar mi mirada de la mancha. Allí parecía estar quieta y muda pero llena de vida y sonidos en su interior. Gritaba como un árbol lleno de pájaros. Cada componente era una persona, y eso era mucho: todo un universo obeso de complejidad formado, a su vez, por otros universos, sus células, que nacían, que se reproducían, que morían, que se agrupaban para formar órganos y sistemas diferentes, cada uno haciendo lo suyo, lo que tenía que hacer, dentro del conjunto bacteria-persona, para dar una identidad diferente.
De nuevo sonreí por haber descubierto algo: La mancha estaba formada por múltiples manchas que tenían su propia vida y que aportaban su calor, color y olor de forma única e irrepetible.
“De igual forma que los universos se construyen hacia arriba, también lo hacen hacia abajo”. Sonreí.
Desvié la mirada de la ventanilla y la posé, como si fuera una mariposa cansada, sobre una de mis manos.“Yo también estoy formado por manchas" -me dije. Me fijé en los dedos, en cualquiera de los vellos de mi brazo, en las uñas… Todo eran agrupaciones de células. Reuniones de manchas individuales con vida propia que respondían a algún orden. Cada una de ellas, cuando nacían recogían de alguna forma misteriosa un legado que, para mantener su identidad, les indicaba qué hacer, cómo hacerlo, cuando... Todo bien medido, bien calculado, bien ordenado.
Me paré en mi observación y una pregunta aterrizó, como un ala delta conducido por un joven intruso, sobre el campo de mi mente “¿Y todo eso para qué?” No encontré respuesta.
Extendí la mirada hasta donde el horizonte se confundía con el cielo y me dio por pensar que tal vez todo lo que había allí fuera era sólo energía escondida tras infinidad de formas que se diluía en su inmensa extensión. Formas y más formas que mi sentido de la vista agrupaba por similitudes. Muchas de estas formas, las que podía ver y las que se ocultaban en la lejanía, estaban humedecidas por la vida. Un atributo más. Vida que nacía, se desarrollaba, se multiplicaba y moría. Si fuéramos capaces de oír el roce de la vida, su latir, el ruido sería ensordecedor. Hay mucha vida por todas partes. Vida microscópica, celular, multicelular, vegetal y, en la cima, animal. Todo interrelacionado: Los finales de unas benefician el desarrollo o el nacimiento de otras en una permanente relación. Los excedentes de unos son necesarios para otros.
“Por tanto, nada sobra” -me dije.
Si pudiéramos llevar una inmensa contabilidad de lo que se produce y lo que se gasta, el resultado siempre sería cero, equilibrado. Creí haber descubierto algo interesante: En el conjunto global nada sobra ni nada falta. Si pretendiéramos modificar el balance final aparecería de inmediato la medida correctora que compensara el desfase provocado. Todo está ordenado y justificado.
Me quise situar en mi observación. Aunque yo observaba desde arriba, sin duda yo también era una bacteria más. En menos de veinticinco minutos llegaría a mi destino, Barcelona, para incluirme en otra mancha humana. Sonreí una vez más. Me movía de mancha a mancha y entre ellas existía un espolvoreado de pequeñas motitas que también tendrían su propia vida. Continué por esa línea.
“En realidad –deduje-, todo es una gran sopa sin diferencia alguna.”
Pudiera parecer que cada mancha componente podría tener vida propia, como parece que la tenemos cada uno de los seres humanos, pero siempre existen unos límites, unas órdenes, unas "llamadas" impuestas por las manchas superiores.
Al final –pensé- la Gran Sopa es la que manda
Nada se escapa de su gobierno que afecta desde el más elemental fotón hasta la interrelación entre galaxias. Por mucho que los de allí abajo agruparan las manchas para nombrarlas provincias, regiones, comunidades, países, estados o uniones superiores; por mucho que pensaran que eran ellos los que marcaban el ritmo de sus existencias; por mucho que quisieran engordar su vanidad humana y sentirse la guinda de todo lo existente no deberían olvidar las reglas del juego: La Gran Sopa, el Gran Programa, es el que manda.
Bastaría mirar el burbujeo de la sopa para deducir que todo es un permanente nacer y morir. También las manchas tendrían su amanecer y su ocaso; su historia escrita en el tiempo. Hay manchas que van a más y otras que van a menos. El espacio queda vacío donde existió una mancha y lleno donde nada existió antes; como si fueran lentos destellos de vida, tal como ocurre en su dimensión interna con los cuerpos de cada una de las bacterias que lo componen.
“Todo es un burbujeo de burbujas burbujeantes.” –me dije.
Me reí durante unos segundos por la fonética de la frase descubierta y me imaginé a un francés, o a un chino, tratando de repetirla.
Regresé a mi caminar trascendente. Miré de nuevo al horizonte que se escondía entre las nubes y por simple asociación de ideas quise centrarme en la burbuja que englobaba a todas las manchas de ciudades y pueblos de abajo: la burbuja llamada humanidad. Como tal, también tendría su tiempo y su espacio asociado. Y como todo es un burbujeo de burbujas burbujeantes no debería descartar que existieran otras burbujas similares en otro espacio en este momento, o en otro momento en este espacio. Miré hacia arriba, al inmenso azul cargado de incógnitas.
Porque, entonces... –me dije- ¿para qué existe todo esto?
Me centré en el “todo esto”. Los científicos dicen que comenzó hace unos quince mil millones de años con una misteriosa explosión originaria –todos los comienzos de cualquier burbuja son misteriosos- que dio paso a un lento enfriamiento. Me detuve. Para que existiera una burbuja debería existir el “caldo” sobre el que burbujear. ¿Cuál era este? Quise deducir que era simple energía errante pero eso ya estaba demasiado lejos de mis posibilidades. Mejor no seguir. Me imaginé a un ácaro andando sobre mi pierna. Sus miras y movilidad en su escenario nunca le permitirían deducir mi constitución completa, mi origen biológico o la composición de mi familia - aunque si fuera un ácaro científico tal vez se atrevería a exponer la teoría de que yo era una "ilimitada explanada que vibraba de forma irregular por convulsiones internas"-.
Era absurdo seguir por ese camino.
“Cuando los caminos son demasiado anchos, dejan de ser caminos” pensé.
Retrocedí en mi enfoque y bajé la mirada de nuevo a la tierra sobre la que la burbuja humanidad continuaba su caminar. Me imaginé que, como cualquier otra burbuja, se hinchaba, de forma imparable e inevitable hacia su correspondiente “puff”. Tomé conciencia de que en ella me encontraba yo en aquel tiempo y en aquel espacio que ahora flotaba. Me quise encajar bien en ella situándome en el río de burbujas anteriores, coetáneas y posteriores a mi. Era abrumador.
Una pregunta apareció revoloteando en mi mente: ¿Qué significado tiene mi vida en toda aquel caudal? Yo era también sólo una insignificante burbuja en el caldo de la humanidad que se expandía también hacia su correspondiente e inevitable final.
“Todo es así de sencillo” –pensé. Burbujas llenas de burbujas, hacia arriba y hacia abajo...
Tomé conciencia de mi conclusión. La importancia de todas las cosas se diluyen cuando piensas “en gordo” y eso era lo que yo estaba haciendo en aquel momento. Si ochenta años es un suspiro, qué será un día, una hora. Si una guerra en la piel de esta mota de polvo que pudiera ser nuestra actual humanidad era un insignificante acontecimiento, qué sería una riña con el vecino de abajo, un insulto del compañero de trabajo, un despido, un divorcio, una multa de tráfico. Todo es un continuo cambio y la historia es la crónica de un simple hervor.
Hubo una vez uno por allí que dijo, que descubrió, que pensó, que hizo... Todo quedará en algún momento en nada para empezar de nuevo otro ciclo. Ciclos que contenían a otros, y estos a otros, y otros... La expansión hacia un último puff de la humanidad, se construía o alimentaba de infinidad de puffes subordinados que se iban acumulando y diluyendo con el tiempo.
Me quise centrar en mí, verme como concentración de energía coloreado por la vida. De igual forma que cada célula debe buscar cómo desarrollarse para reproducirse, así yo también como persona debía buscar lo mismo: desarrollarme y reproducirme allí donde las condiciones de vida me lo permitan. El descubrimiento no me pareció malo: Yo era un eslabón más de aquella cadena de ciclos; de mí hacia abajo y de mí hacia arriba. Esas eran mis coordenadas.
En esto estaba cuando el comandante del avión nos advirtió por megafonía interna que Barcelona estaba cerca y que comenzábamos el descenso. Unos temblores provocados por perturbaciones atmosféricas me devolvieron a la realidad y temí que algo pudiera salir mal. Quise asirme de nuevo a mis pensamientos anteriores. Quise convencerme de que en realidad si todos muriéramos en el aterrizaje no pasaría nada en absoluto. Esto tal vez fuera verdad, pero mi intuición me transmitía temor e impotencia porque tenía la firme convicción de que si pudiera haría todo lo posible para retrasar mi puff.

Algo en mi interior me dictaba que no era mi hora y que mi burbuja aún tenía mucho que hincharse para alcanzar su límite. Algo me decía que eso tenía que ser así.
En mis coordenadas, el punto, la insignificante burbuja, en el insignificante punto que yo era, había un Programa interno. Todos tenemos nuestro propio programa interno que nos dice que existimos para hincharnos hasta nuestro límite, para llegar hasta nuestra plenitud, y después hacer... puff.
Me detuve en este último pensamiento: “Como ser humano tenía la obligación, recibía la "llamada", para hincharme hasta mi límite.” ¿Y... de qué tenía que hincharme? Esto me pareció importante y como ya estábamos a punto de tomar tierra y la concentración se me escapaba, decidí hincar en mi memoria un enorme cartel recordatorio que decía: “CONTINÚA POR AQUÍ CUANDO PUEDAS:
¿DE QUÉ TIENES QUE HINCHARTE PARA LLEGAR A TU PUFF? ”.

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