El sentido de la vida


A lo largo de la pequeña – en relación con la del cosmos- historia de la humanidad han existido seres humanos, exploradores, que han sido capaces de captar las frecuencias cósmicas y con ellas llegar a percibir las dimensiones superiores que les permitieron sentirse Todo siendo parte.
Ellos, como si obedecieran a una “llamada”, tuvieron un especial empeño por transmitir a sus semejantes sus meta-experiencias. Utilizaron sus obras o palabras, su energía cósmica arrolladora, para transmitir un mensaje espiritual mágico. No trataban la espuma superficial hueca de la vida plana, la de los cinco sentidos, sino algo más consistente y profundo que despertaba esa perla esencial de la verdadera Realidad que dormita en nuestro interior.
Con sus acciones dejaron puertas abiertas, indicaciones, semillas, principios de caminos por ser andados en el vasto territorio cósmico que habían descubierto, con una única intención: Movernos.
Por desgracia, muchos de los seguidores de estos exploradores se contentaron con plasmar en mapas e indicaciones todas sus enseñanzas sin caer en la cuenta del cambio personal, individual, íntimo, que suponía la experiencia de los exploradores.
Pronto se constituyeron en grupos y la pertenencia a estos no tardó a inducirlos a rivalizar entre ellos haciendo de los mapas, las indicaciones y consignas de su grupo un fin en sí mismo. Olvidaron que de nada sirve un mapa si no está bien orientado al Norte y no nos mueve a andar nuestro camino, el camino para el que hemos nacido.
Quien no es capaz de comprender esto no recibe el verdadero mensaje de los exploradores y se queda flotando en la espuma de la palabra. Los resultados están ahí, sólo unos pocos saben leer por detrás de las obras o las palabras; sólo unos pocos son capaces de sentir la vibración energética de estos mensajes que nos indican la forma de aceptar lo sencillo, lo natural, lo acorde con el Gran Programa. Sólo unos pocos son capaces de liberarse de ataduras para ser libres, despejados, para dejarse llevar por el flujo de la rueda de la creación. Sólo unos pocos son capaces de taladrar el caparazón de los sentidos y moverse en los mundos interiores cuya verdadera magnitud está más allá de los horizontes; sólo unos pocos son capaces de comprender el juego de apariencias entre la materia y la energía, explicado todo bajo la perspectiva de la permanente dinámica ordenada.
La mayoría de la humanidad se aferra a los mapas y ajusta, fuerza o doblega sus inquietudes íntimas para adecuarlas a estos o modifican los propios mapas según sus conveniencias. Es un juego absurdo en el que no andan ellos, sino sus egos obesos de vanidad. Aceptan así percibir la vida con un estrecho canuto que les priva de la visión global o cósmica y que les empuja a construir en el aire fantasías, miedos, cielos e infiernos, fundamentado todo en recuerdos del pasado, en proyectos del futuro o anhelos del presente.
Los que son capaces de superar este estado intermedio en el que gobierna el intelecto y que olvidan las etiquetas, los catálogos, los silogismos y las deducciones lógicas y miopes que alimentan su vanidad son los que orientan bien sus mapas. Ellos ponen al ego en su sitio y orientan sus antenas parabólicas para recibir las llamadas del Algo para responder acorde con el Gran Programa que les marcará infaliblemente el Verdadero Norte con o sin mapa en sus manos.
Estos son los que descubren la realización del instante como única verdad. Allí, en el presente vivido intensamente, con plena atención, es donde encuentran la verdadera presencia del Algo y se sienten Algo. Allí, en el presente vivido intensamente, se quitan la mordaza que les impide desarrollar la capacidad de sorprenderse o maravillarse por tantas y tantas lecciones de infinito orden que el Gran Programa nos ofrece.
No tienen necesidad de abandonar su religión o filosofía, sus mapas. Les basta redescubrirlos bajo su perspectiva global; les basta orientar todo hacia el verdadero Norte. Desde esta perspectiva, la religión que los hombres han construido se comprende y se acepta en su justa medida. No se centran en los dedos que señalan sino en lo que señalan.
Las preguntas surgen. ¿Esos exploradores que ha habido en la historia y en el presente son meros representantes de la variedad o, por el contrario, son balizas, luces del Gran Programa? ¿Existe una llamada del orden cósmico para que los seres humanos seamos como ellos? ¿Será ser Luz, ser baliza, el verdadero sentido de la vida de cualquier ser humano?

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