Imitar a los ángeles
Fíjate en los niños, basta con observarlos: son ángeles. La mirada la tienen limpia y la serenidad que irradian invade todo el espacio circundante creando una plácida atmósfera propia de un misterioso planeta deseado. Son seres superiores.
Imitándoles podremos descubrir las costas de ése maravilloso mundo del que son embajadores. Basta con observarlos e imitarlos para vivir, como ellos, en el camino de nuestra verdadera vida: en el camino de nuestra plenitud.
Todo les asombra. El color y los sonidos; los sabores y los olores... Esto es maravilloso, y aquello, aquello también, y aquello otro. Sí, todo les asombra. No es que se propongan centrarse en cada cosa, en cada sensación, no. Ellos no se proponen nada, no saben conjugar ese verbo porque no saben qué es eso de moverse para, de vivir para, de hacer esto o aquello para... Simplemente están ahí, se mueven, viven, hacen, sin más pretensiones que ser y dejarse mojar por lo que les rodea, sin interpretar, ni catalogar, ni enjuiciar.
Ellos saben dejarse llevar.
En eso de estar abierto a todo, en eso de exponerse al universo sintiéndose parte y todo, como quien toma “baños de universalidad”, en eso, son maestros.
Ellos se mueven en el mundo de los sentimientos, de las experiencias; en el mundo de las sensaciones desnudas de juicios. Viven en el mundo del aquí y ahora; del paso a paso que se sustenta en el instante presente. A cada paso, muchas sensaciones; sensaciones que no son ni buenas ni malas, sino que sólo son. Si ven una nube, ellos sienten la nube y son la nube; si ven una flor, ellos sienten la flor y se sienten flor; si ven un coche, ellos sienten la energía que lo compacta y notan que es la misma que les compacta a ellos. Lo sienten y se incluyen en cada cosa. Ahora son nube, flor, coche... Ellos y lo otro no existen por separado. Ellos son. Son con todo lo demás.
Imitarlos será eliminar todas nuestras capas de miedos, anhelos y temores que nos ocultan nuestra brújula interna. Imitarlos nos supondrá poder acceder a ella, a nuestra brújula interna, para obedecer con toda naturalidad el Norte que nos señala.
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